No recuerdo desde cuando, pero me sorprendo con más frecuencia de lo que ha sido habitual a lo largo de mi vida, sintiendo un nudo en la garganta al ver sufrir a otro ser, ya sea humano o animal. Quizás suene a una perogrullada peligrosa pues es lógico pensar que uno se pueda conmover ante el dolor ajeno con cierta facilidad y que si esto no sucede, cuando menos es para cuestionarse si el músculo cardiaco no haya sufrido una fibrosis que lo ha endurecido hasta alcanzar el umbral del acero. Aunque también cabe la posibilidad de estar en un estado de anestesia emocional, provocada por un habituamiento al dolor que adereza nuestros almuerzos y cenas a través de las noticias como si del condimento básico se tratara. Sea como fuere, el hecho está en que esa sensación de angustia compartida me azota las entrañas al ver el dolor representado en otro rostro. Si bien es una pesadumbre infiltrada de una inyección de control racional mediante pensamientos que exhiben toda una muestra de reflexiones y consideraciones, que intentan explicar la situación de manera que no haya motivo alguno para que mis lágrimas tengan la desafortunada idea de aflorar y tomen el camino de regreso al fondo de mi alma, bajo el pensamiento de que son lágrimas estériles en tanto en cuanto no van a paliar el sufrimiento del que soy testigo.
Hoy mismo lo he experimentado de nuevo al ver en la televisión el rostro de los familiares de las personas que murieron en los atentados del 11M. Sus lágrimas y sus rostros me han retumbado como un trueno y de nuevo me he visto en un pulso entre la sensibilidad y el sentido, por supuesto ganando el sentido ya que las lágrimas no han aparecido. En este caso ha sido recurrente el pensamiento de “¿pero, y esto a qué viene ahora? Con la de veces que has visto en estos seis años imágenes de este tipo y mucho peores ¿y te vas a poner a estas alturas melancólico?”
Me resulta jodido reconocerlo pero es así, me empiezo a dar cuenta de cómo me empeño en no tragar muchas cosas contra las que me rebelo y sin embargo me atraganto de mis propias lágrimas. Intento alcanzar la esencia de la vida sin distracciones superfluas pero en cambio me narcotizo con razonamientos pueriles.
Es cierto que mis lágrimas no pueden devolverle el padre al niño chileno que angustiado lloraba el otro día ante la cámara suplicando que apareciese, ni alimentan a quien moribundo por el hambre me mira a través de la cámara, ni quitará el dedo del gatillo de las armas que cada día se disparan para matar y desmembrar; pero quizás mi llanto me ayude a encontrarme para que en mi fuero interno el sentido del sinsentido deje de hacerme sentir más desamparado que el niño chileno y más muerto que el hambriento o al menos que este sentido del sinsentido no me termine amputando la conciencia.
Hoy mismo lo he experimentado de nuevo al ver en la televisión el rostro de los familiares de las personas que murieron en los atentados del 11M. Sus lágrimas y sus rostros me han retumbado como un trueno y de nuevo me he visto en un pulso entre la sensibilidad y el sentido, por supuesto ganando el sentido ya que las lágrimas no han aparecido. En este caso ha sido recurrente el pensamiento de “¿pero, y esto a qué viene ahora? Con la de veces que has visto en estos seis años imágenes de este tipo y mucho peores ¿y te vas a poner a estas alturas melancólico?”
Me resulta jodido reconocerlo pero es así, me empiezo a dar cuenta de cómo me empeño en no tragar muchas cosas contra las que me rebelo y sin embargo me atraganto de mis propias lágrimas. Intento alcanzar la esencia de la vida sin distracciones superfluas pero en cambio me narcotizo con razonamientos pueriles.
Es cierto que mis lágrimas no pueden devolverle el padre al niño chileno que angustiado lloraba el otro día ante la cámara suplicando que apareciese, ni alimentan a quien moribundo por el hambre me mira a través de la cámara, ni quitará el dedo del gatillo de las armas que cada día se disparan para matar y desmembrar; pero quizás mi llanto me ayude a encontrarme para que en mi fuero interno el sentido del sinsentido deje de hacerme sentir más desamparado que el niño chileno y más muerto que el hambriento o al menos que este sentido del sinsentido no me termine amputando la conciencia.
4 comentarios:
Me acuerdo perfectamente de la primera vez que se me hizo un nudo en la garganta viendo el telediario. No la voy a contar aquí porque me parece un pco de mal gusto pero te la contaré, fue una situación muy estresante. Desde entonces no he podido parar.
Besos.
Hola Cris lamentablemente los telediarios en la actualidad son como el nudo de la horca, son un nudo corredizo que se desplaza del estómago al corazón o a la garganta y van pasando de un lugar a otro quitándole el aire al ánimo.
Besos.
Y qué sería de este mundo si dejásemos de conmovernos ante ciertas situaciones???
Esa capacidad para sentir dolor ante lo que no creemos injusto, es lo único que puede transformarlo.
Un besote.
Totalmente de acuerdo contigo Rosa aunque también es cierto que cada vez es más común ver las barbaridades como si de un deporte se tratara. A veces tengo la sensación de ser un espectador de la atrocidad y creo que frente al dolor y la angustia quedarse en espectador aseptico es peor que la propia muerte.Y quizás por eso mi angustia por que me he descubierto muerto viviente y cuando he tenido el reflejo de reaccionar se ha dirimido un pulso entre la vida y la muerte y en esas estoy en más ocasiones de las que deseara.
Publicar un comentario