lunes, 8 de febrero de 2010

Vueltas

Hace ya tiempo que caí en la cuenta de que solo hace falta tener los ojos bien abiertos para estar en un permanente estado de aprendizaje. Esta cuestión tan obvia y sencilla de entender no conlleva una aplicación permanente, pues sucede que a veces las circunstancias colapsan mis circuitos internos y entro en un estado de sobredosis emocional y mental que me lleva al bloqueo y a entrar en un ritmo de vida cercano al punto muerto, en donde casi ando por la vida más por una cuestión gravitacional, dejándome caer por las pendientes, sin acelerar pero tampoco pisando el freno; hasta que en un momento dado sucede algo, un pequeño detalle, que hace la función del chasquido de dedos del hipnotizador que te saca del trance y me devuelve cierta luz que sintoniza mis coordenadas nuevamente.
La otra mañana me encontraba observando a Ana. Como el resto de la humanidad ella también cada día aprende algo nuevo; y ese día estaba descubriendo la posibilidad de girar su cuerpo y darse la vuelta. Estaba inmersa en toda una suerte de movimientos de piernas, brazos y cabeza intentando modificar sus puntos de apoyo y cambiar su posición. Se retorcía y cambiaba un poco para perder el equilibrio y volver como un resorte a la posición de partida. Ella continuaba una y otra vez, perseveraba como si toda su vida le fuese en llevar a cabo ese movimiento. Gruñía y hacía muecas que sonaban a llanto aunque no lloraba, se le veía demasiado concentrada en su tarea como para perder energía en llantos y quejas. Yo observaba embelesado toda la escena como observa un zoólogo el comportamiento de un animalillo, casi memorizando todo aquel protocolo que por otra parte me resultaba tan sencillo de entender y de realizar. Me parecía tan evidente ver que su propio brazo al pillarlo debajo de su cuerpo le hacía palanca y le impedía girar correctamente que simplemente era cuestión de llevar el brazo hacia arriba por encima de su cabeza y con el impulso de sus piernecillas el giro sería efectivo. Era fácil de entender y sencillo de realizar, pero era evidente que para ella con sus referencias y su visión del mundo en ese momento esta cuestión era poco menos que insalvable.
No sé exactamente en qué momento sucedió pero de repente me vi en su lugar. Entendí que yo me encuentro haciendo exactamente igual que ella pero con otros parámetros y otras referencias. Llevo bastante tiempo intentando darme la vuelta, revolverme respecto a como me encuentro situado, queriendo modificar mi posición en el mundo y luchando con no se qué cosas, pero a diferencia de mi hija lloro y me quejo más que ella. Y no tengo del todo claro quién de los dos es más perseverante y concentra mejor su energía de cara a su objetivo.
Encontrar este paralelismo me alivió bastante pues pensé que quizás en el fondo, las cosas (mis cosas) tampoco sean tan complejas y solo sea cuestión de ver dónde tengo puestos mis brazos y mis piernas y de qué modo me impido yo mismo realizar mis movimientos. Al fin y al cabo se trata de darme yo la vuelta y no de dársela al mundo.