viernes, 16 de octubre de 2009

Cuenta atrás.


Mañana nacerá mi hija. Puede sonar a profecía de uno de esos teléfonos 803, pero la realidad no es otra que tener programada la cesárea una vez visto que la niña no se coloca en la posición correcta para comenzar su viaje a través del canal del parto; y poder así dejar a la naturaleza seguir su curso normal. Esta mañana nos decía la ginecóloga “para nosotros los médicos lo correcto es dejar a la naturaleza actuar, pero cuando por diversas causas este discurrir se bloquea entonces es cuando ayudamos a la naturaleza”. Así que mañana en un trabajo cooperativo entre la naturaleza, la madre y la ginecóloga me regalarán una hija que seguramente cambiará mi vida a lo largo y a lo ancho.
La lingüística nos dota de abundantes palabras y estructuras gramaticales que permiten expresar, comunicar y entender muchísimas situaciones y experiencias; pero a pesar de ese basto compendio de recursos no consigo encontrar las palabras que puedan dibujar mi estado interior. Decir que la incertidumbre, la preocupación, la alegría o la impaciencia recorren mis galerías es hacer apenas un esbozo en este intento de retratar mi estado mental, físico y emocional. Está claro que hay cosas que no se pueden explicar y solo queda vivirlas, o así me lo parece desde esta incapacidad en la que ahora me veo.
En esta prehistoria de nueve meses he pensado muchas veces en el momento que viviré en unas pocas horas. He intentado imaginarme ese instante en el que podré ver por primera vez su rostro, tocar su pequeño cuerpo, acogerlo entre mis brazos y reconocer que esa vida es parte de la mía. Pero sé que por muchos intentos de imaginación o muchos posibles guiones que me pueda construir, la realidad es maravillosamente más extensa y sorprendente. Me quedo pues, con la idea de que la reacción, los pensamientos y la emoción que afloren en ese momento serán los que tengan necesidad de salir y ahí intentaré que la naturaleza no tenga ningún obstáculo para actuar.
Por eso hemos decidido no avisar a nadie, ni amigos ni familiares, hasta que no haya pasado todo, cuando ambas, madre e hija hayan salido del quirófano y haya constancia de que están bien y ese primer encuentro de los tres haya tenido el tiempo y la intimidad que necesitan, entonces se podrá hacer la fumata blanca, tocar las campanas y anunciar la buena nueva.
El momento en que la engendramos fue un momento de intimidad entre la madre y yo y así queremos tener también ese primer encuentro con nuestra hija, en una intimidad cálida y amorosa como la que dio lugar a la chispa de su vida.
A pesar de la intimidad de la situación, ahora, unas horas antes, yo necesitaba expresarme, soltar un poco amarras y gritar al vacío de la noche que este vértigo que ahora me acecha no me hace mella porque la ilusión y las ganas de ser feliz soplan mis velas desde esta prehistoria gestada hacia la bella historia que está por llegar.