viernes, 12 de marzo de 2010

Sentido o sensibilidad

No recuerdo desde cuando, pero me sorprendo con más frecuencia de lo que ha sido habitual a lo largo de mi vida, sintiendo un nudo en la garganta al ver sufrir a otro ser, ya sea humano o animal. Quizás suene a una perogrullada peligrosa pues es lógico pensar que uno se pueda conmover ante el dolor ajeno con cierta facilidad y que si esto no sucede, cuando menos es para cuestionarse si el músculo cardiaco no haya sufrido una fibrosis que lo ha endurecido hasta alcanzar el umbral del acero. Aunque también cabe la posibilidad de estar en un estado de anestesia emocional, provocada por un habituamiento al dolor que adereza nuestros almuerzos y cenas a través de las noticias como si del condimento básico se tratara. Sea como fuere, el hecho está en que esa sensación de angustia compartida me azota las entrañas al ver el dolor representado en otro rostro. Si bien es una pesadumbre infiltrada de una inyección de control racional mediante pensamientos que exhiben toda una muestra de reflexiones y consideraciones, que intentan explicar la situación de manera que no haya motivo alguno para que mis lágrimas tengan la desafortunada idea de aflorar y tomen el camino de regreso al fondo de mi alma, bajo el pensamiento de que son lágrimas estériles en tanto en cuanto no van a paliar el sufrimiento del que soy testigo.
Hoy mismo lo he experimentado de nuevo al ver en la televisión el rostro de los familiares de las personas que murieron en los atentados del 11M. Sus lágrimas y sus rostros me han retumbado como un trueno y de nuevo me he visto en un pulso entre la sensibilidad y el sentido, por supuesto ganando el sentido ya que las lágrimas no han aparecido. En este caso ha sido recurrente el pensamiento de “¿pero, y esto a qué viene ahora? Con la de veces que has visto en estos seis años imágenes de este tipo y mucho peores ¿y te vas a poner a estas alturas melancólico?”
Me resulta jodido reconocerlo pero es así, me empiezo a dar cuenta de cómo me empeño en no tragar muchas cosas contra las que me rebelo y sin embargo me atraganto de mis propias lágrimas. Intento alcanzar la esencia de la vida sin distracciones superfluas pero en cambio me narcotizo con razonamientos pueriles.
Es cierto que mis lágrimas no pueden devolverle el padre al niño chileno que angustiado lloraba el otro día ante la cámara suplicando que apareciese, ni alimentan a quien moribundo por el hambre me mira a través de la cámara, ni quitará el dedo del gatillo de las armas que cada día se disparan para matar y desmembrar; pero quizás mi llanto me ayude a encontrarme para que en mi fuero interno el sentido del sinsentido deje de hacerme sentir más desamparado que el niño chileno y más muerto que el hambriento o al menos que este sentido del sinsentido no me termine amputando la conciencia.

lunes, 8 de marzo de 2010

Tener o no tener esa no es la cuestión.


El otro día llegaba a mis manos un pequeño artículo acerca del desarrollo de los bebes que explicaba como en cierto momento del desarrollo, cuando el bebé ya comienza a agarrar los objetos con sus manos, si se le muestra algo que llame su atención procederá a agarrarlo con su mano; y si a continuación le muestras otro objeto que también le llame la atención igualmente irá a cogerlo con la otra mano que le queda libre, manteniendo cada objeto con cada mano, pero si seguidamente le muestras un tercer objeto que también resulta de su interés hará todo lo posible por asirlo también entre las dos manos que ya están ocupadas con sendos objetos anteriores, con lo que no lo conseguirá y ahí empieza una pequeña situación de frustración de querer coger y no poder, hasta que aprende el ejercicio de soltar para coger, de medir su capacidad para retener y de que no todo se puede tener a la vez. Se supone que esta lección queda grabada en nuestro córtex cerebral y está dispuesta para aplicarla cuando resulte necesaria a lo largo de nuestra vida. Ocurre con esto como con el aprendizaje de no hacernos nuestras necesidades encima y realizarlas en el lugar destinado a ellas.
En estos días ha salido a los medios una campaña para hacer frente a la crisis, con la que se pretende levantar el ánimo de la población diciendo que la crisis es algo que tenemos que arreglar entre todos y no dejarla en manos de los políticos ni de otros. En un primer instante uno piensa que es cierto eso de que el desánimo no es el mejor apoyo para salir de las crisis, pero enseguida me surgen una serie de preguntas al atender a esta campaña, como por ejemplo, ¿quiénes somos todos? ¿quiénes son los otros? Porque claro, no puedo evitar pensar si en ese “todos” solidario me equiparan a los que salen en el anuncio hablando de optimismo como son un ganador del premio planeta, un campeón de rallyes, famosos periodistas, empresarios y un largo etc con quien no consigo empatizar al menos en lo que a ingresos económicos se refiere. Por otro lado se hace en el anuncio el símil de la crisis con la sensación térmica en la temperatura ambiente, de manera que al igual que a veces hay una temperatura “X” pero la sensación térmica puede ser “X-3”, de la misma forma la crisis nos afecta en “X” pero la percibimos como mayor. Yo en este punto me encuentro con otra disyuntiva, pues si bien es cierto que no toda la población siente la crisis en la misma proporción y por tanto el desánimo generalizado que hay, honestamente tendría que ser más selectivo, porque no todo el mundo sufre la precariedad como las personas concretas que no obtienen ningún ingreso y además no encuentran posibilidad de emplearse; y por tanto las personas que no tenemos una situación de desamparo de este calibre tendríamos que ser más optimistas, me encuentro aquí con esa disyuntiva, pues discrepo con el sentido de optimismo que se predica en la campaña, ya que se insta a no tener miedo a gastar y a fomentar el consumo como medio para incentivar el mercado. Pero es que precisamente creo que esa ha sido la causa de la crisis que tenemos y de las que vendrán más adelante si no reformulamos el sistema puesto que la clave no creo que sea consumir sino más bien (permitiéndome el juego de palabras) “sumar con”, es decir, compartiendo y no tragando como sumideros desbocados. No me puedo creer que por comer más de lo que mi hambre me demanda ni por tener más bienes materiales de los que puedo llegar a disfrutar en todo su potencial voy a construir un mundo más justo y equitativo. Es como si le quisiésemos enseñar a los bebes cuando no pueden aferrar más de dos objetos que la única manera de que le salgan tres manos es intentando coger más de dos objetos a la vez.
Es cuando menos curioso cómo se van modificando los aprendizajes que adquirimos en nuestras primeras edades y llegados a la madurez nos cagamos fuera del tiesto porque no podemos coger más de lo que abarcamos.