jueves, 18 de noviembre de 2010

Andar


Llevo ya casi tres semanas a nueve mil kilómetros de mi casa, concretamente en el sur de India, en una ciudad que se llama Chennai, cuya característica fundamental es que aquí se alojan ocho millones de personas, y digo bien, se alojan que no quiere decir que vivan, porque vivir es otra cosa (por supuesto, según mis parámetros particulares), en todo caso sobreviven. Es este un contexto hostil, al menos a mi me lo resulta, pues la decrepitud es la constante en todo el entorno. Casi todo, por no decir todo, está en un estado ruinoso, bien porque se fue desgastando con el tiempo y no se arregló o bien porque no hubo recursos ni siquiera para terminar de construir y tener la ínfima oportunidad de tener un instante de inauguración, quedando muchas veces las cosas en un estado de permanente intención que no llega nunca a consolidar y tampoco queda claro qué tipo de intención la motivó. Las personas en general son educadas pero me da la sensación de que está tan integrado el sentimiento de supervivencia que la hospitalidad tampoco es la palabra que mejor se ajusta a esta realidad. Hay recursos pero están mal repartidos. Hay modernidad aunque no hay renovación. Todo esto da como resultado una realidad confusa en donde el querer y el poder no se ponen de acuerdo, de manera que cuando se quiere no se puede y cuando se puede nadie toma las riendas.
En este escenario me intento mover aunque sea como pez fuera del agua, procurando con dificultad respirar un aire que también me resulta extraño. Me cuesta entender sin caer en la imitación sin sentido, demuestro gran torpeza para desenvolverme con muchos más medios materiales en un entorno al que la totalidad de quienes me rodean acceden con toda naturalidad sin siquiera tener lo básico. Soy en definitiva un neonato en esta otra dimensión de la vida.
Paralela y casualmente en estos días mi hija está aprendiendo a andar, ha pasado de andar a cuatro patas a sostenerse sobre sus dos pies y dar sus primeros pasos sin que nadie la ayude. Para mí está siendo muy curioso ver cómo poco a poco va buscando sus referencias, gestiona los desequilibrios y cae sin dañarse para rápidamente volver a levantarse e intentarlo de nuevo. Me viene a la cabeza en estos días también un comentario que me hizo el pediatra acerca del proceso de gatear en donde me venía a decir de la importancia que tiene el proceso de gatear como paso previo para echar a andar sobre dos pies porque este paso previo adiestra al niño en la habilidad de saber caerse sin hacerse daño.
Me acuerdo de este comentario, de la realidad de mi hija y de la realidad que yo estoy viviendo en estos momentos paralelamente a la suya y me hace pensar que en cierto modo yo estoy ahora gateando en esta parte del mundo, cayéndome y algo más escandalosamente que ella dándome de bruces con el suelo, pero si todo este paralelismo continua espero que todo este proceso me sirva también a mí para aprender a andar por el mundo.