Mi relación con la espalda ha pasado por distintas fases o experiencias, no se exactamente como definirlo. No sitúo en mi memoria un recuerdo matriz de tener conciencia de esa otra cara, como mucho, puedo rememorar sensaciones difusas relacionadas con las significaciones que se han dado respecto a esta porción del cuerpo. Recuerdo por ejemplo, la sensación de fastidio, vergüenza e impotencia cuando en primero de EGB me castigaron de cara a la pared durante toda una mañana por equivocarme en las cuentas. En este caso era yo el que daba la espalda pero tenía la sensación de que era el mundo el que me la daba a mí al verme exiliado frente al paisaje de cal y desconchones de la pared de la clase.
Como digo, más que experiencias directas con la propia espalda archivo efectos colaterales que se le han asociado: darle la espalda a alguien porque no te hablas con el o ella, darte la vuelta para mirar a otro lado y no ver o hacer como que no ves algo que no te interesa, correr todo lo que el cuerpo te dé para dejar de ver esa parte del cuerpo del que va por delante de ti en la carrera…en fin, se podría decir que más que con la propia espalda he tenido más contacto con la sombra o la proyección de ésta en sus diferentes representaciones culturales; e incluso me atrevería a decir que ese contacto ha estado también ensombrecido por predominar connotaciones negativas.
Fue a partir de empezar a practicar yoga cuando esa sombra empezó a tener características físicas apreciables para mis sentidos, longitud, superficie, movilidad, ductilidad y toda una suerte de sensaciones que empezaron a transmitirme un lenguaje más allá del convenio cultural con el que hasta entonces me había relacionado. Con el tiempo, la senda del yoga me ha ido llevando en una expedición físico-emocional a lo largo y ancho de esta geografía dérmica y me ha desarrollado un sentimiento de aprecio (en el sentido de reconocer), ternura, valoración, comprensión y cuidado hacia mi otra cara.
Hoy día me relaciono con muchas personas que tienen en cuenta su espalda a partir del síntoma del dolor, lo que da lugar a que esa gran desconocida se haga notar más como un problema que como un complemento de nuestro ser. Yo intento transmitir que hay que cuidar y atender más allá de lo que se ve y no quedarnos en la punta del iceberg, pero la realidad es que vivimos en los tiempos de la imagen, nos relacionamos con el medio principalmente mediante el sentido de la vista y desde ella calibramos nuestro paso por el mundo. Atendemos y cuidamos lo que vemos y así, casi que creemos que existe solo lo que nuestras pupilas recogen. Con lo cual, mientras la especie no evolucione hasta el punto de tener también ojos en la nuca, principalmente seguiremos cuidándonos mucho más de fachada que de la parte posterior. Y esto no solo afectará al plano puramente físico, sino también a niveles más profundos como el componente emocional que cada parte de nuestro cuerpo arrastra como un equipaje, quizás no deseado aunque asumido, pues en la espalda sufrimos la carga de la regular o pésima gestión de nuestras relaciones. Mientras de fachada nos esforzamos en mantener la compostura, la realidad es que nos cargamos con más de lo que nos corresponde en muchas ocasiones. Y aunque nuestra boca dibuje el modelo perfecto para un anuncio de dentífrico, nuestra columna se curva cada vez un poco más abatida.
Quizás sería una buena medida de salud pública plantearnos una atención integral de nuestro espacio corporal como un paso previo a un tratamiento holístico y pacificador para con nosotros mismos. Y desde ahí si que nos podríamos plantear arreglar el mundo.
Como digo, más que experiencias directas con la propia espalda archivo efectos colaterales que se le han asociado: darle la espalda a alguien porque no te hablas con el o ella, darte la vuelta para mirar a otro lado y no ver o hacer como que no ves algo que no te interesa, correr todo lo que el cuerpo te dé para dejar de ver esa parte del cuerpo del que va por delante de ti en la carrera…en fin, se podría decir que más que con la propia espalda he tenido más contacto con la sombra o la proyección de ésta en sus diferentes representaciones culturales; e incluso me atrevería a decir que ese contacto ha estado también ensombrecido por predominar connotaciones negativas.
Fue a partir de empezar a practicar yoga cuando esa sombra empezó a tener características físicas apreciables para mis sentidos, longitud, superficie, movilidad, ductilidad y toda una suerte de sensaciones que empezaron a transmitirme un lenguaje más allá del convenio cultural con el que hasta entonces me había relacionado. Con el tiempo, la senda del yoga me ha ido llevando en una expedición físico-emocional a lo largo y ancho de esta geografía dérmica y me ha desarrollado un sentimiento de aprecio (en el sentido de reconocer), ternura, valoración, comprensión y cuidado hacia mi otra cara.
Hoy día me relaciono con muchas personas que tienen en cuenta su espalda a partir del síntoma del dolor, lo que da lugar a que esa gran desconocida se haga notar más como un problema que como un complemento de nuestro ser. Yo intento transmitir que hay que cuidar y atender más allá de lo que se ve y no quedarnos en la punta del iceberg, pero la realidad es que vivimos en los tiempos de la imagen, nos relacionamos con el medio principalmente mediante el sentido de la vista y desde ella calibramos nuestro paso por el mundo. Atendemos y cuidamos lo que vemos y así, casi que creemos que existe solo lo que nuestras pupilas recogen. Con lo cual, mientras la especie no evolucione hasta el punto de tener también ojos en la nuca, principalmente seguiremos cuidándonos mucho más de fachada que de la parte posterior. Y esto no solo afectará al plano puramente físico, sino también a niveles más profundos como el componente emocional que cada parte de nuestro cuerpo arrastra como un equipaje, quizás no deseado aunque asumido, pues en la espalda sufrimos la carga de la regular o pésima gestión de nuestras relaciones. Mientras de fachada nos esforzamos en mantener la compostura, la realidad es que nos cargamos con más de lo que nos corresponde en muchas ocasiones. Y aunque nuestra boca dibuje el modelo perfecto para un anuncio de dentífrico, nuestra columna se curva cada vez un poco más abatida.
Quizás sería una buena medida de salud pública plantearnos una atención integral de nuestro espacio corporal como un paso previo a un tratamiento holístico y pacificador para con nosotros mismos. Y desde ahí si que nos podríamos plantear arreglar el mundo.