lunes, 26 de marzo de 2012

Entre perros y leones





En cierta ocasión uno de mis profes de yoga explicaba el acto de meditar con la siguiente metáfora. Decía, “hay dos tipos de meditadores, los que meditan como un perro y los que meditan como un león. Si meditas como un perro funcionarás como él lo hace, de manera que a cada pensamiento responderás saliendo detrás de él como el perro que va detrás de cada piedra que se le lanza, pero si meditas como un león no seguirás al pensamiento sino que irás directo a la raíz de ese pensamiento de la misma manera que si a un león le tiras una piedra nunca irá a por la piedra sino que se lanzará a por ti que eres la fuente de donde salió la piedra arrojada”.
En cierto modo llevo así largo tiempo, tanto como llevo sin escribir en el blog, moviéndome en la disyuntiva de ser un perro o un león. En mi fuero interno sé que tengo que actuar como un león e ir a la raíz de los hechos sin dejarme distraer por lo superfluo e impermanente, aunque la realidad es que me dejo atrapar con más facilidad de lo que yo quisiera por los continuos vaivenes de los días. Y eso me deja en ocasiones bastante exhausto porque cuando he atrapado una piedra ya veo otra volando que me llama la atención y hace que cambie mi dirección y sentido, dándome como resultado dar vueltas y vueltas sin llegar a ningún sitio.
Hoy tomando un café en un bar con mi pareja nos pusieron unos sobres de azúcar que llevaban en una de sus caras una frase. Las dos frases me han llegado muy hondo, de una hablaré otro día pero la otra que es la de la foto, ahora que nuevamente tomo conciencia de la necesidad de ser león si quiero seguir “vivo” más allá de tener pulso e insuflar aire, creo que me pone en la pista de porqué en más ocasiones de las que yo quisiera funciono en mi vida como un perro.